Recuerdo la primera vez que vi tu mirada, fija e intimidante, casi amenzante, como león que acecha su presa, las dìas de almuerzo y tu mirada perdida, perdida en el recuerdo del evento que no te dejaba vivir tranquilo. Tormento que te urgìa contar y que por azahares del destino me tocó escuchar.
Te hablé de los destinos, que tal vez unieron nuestros caminos, conversamos de los hechos que nos llevaron a aquel diálogo algo maltrecho. Tu mirada transparente, y esas sonrisa de criatura ingenua, te convertían en un ser bueno, aunque tu cerebro pensaba lo contrario. “No se que hago acá contándote esto”- Es la frase que de ti recuerdo. A partir de aquella noche, comenzó nuestro verdadero encuentro.
Encontré a un amigo en aquel desconocido, encontré a un hermano en aquel ser humano, alguien muy lejano, que por ese entonces me fue muy cercano. El juicio hipócrita de la gente no entendía nuestra amistad, no entendìa nuestra unión, no entendía tanto cariño entre solo dos recién conocidos.
Y es que encontrar a un amigo, no es cosa del destino, encontrar un verdadero amigo, es cuestión de dos caminos. Pasamos corto tiempo, y creo fueron días muy intensos, conversamos, discutimos, nos golpeamos, nos sobamos, nos reimos y lloramos. Resucitaste en mi al deportista que llevaba adentro, ese que por la vida cotidiana ya llevaba muerto. Y a tu lado sobreviví a una parálisis severa, esa que me gané por correr como nunca antes en mi vida entera. “Levántate abuelito ” – recuerdo me decías mientras reías como niño.
“No te comas las uñas” – te gritaba como a un niño - aún cuando eras mas grande y mas pesado que este tu amigo. “Báñate caramba” – te decía mientras renegabas, como gato aterrado. Que graciosos momentos, los que vivimos en esos días de encierro, ¿que algún día los reviviremos,? Eso tal vez lo sabremos luego…
Se que a veces me detestabas, porque te llamaba la atención como tu madre, talvéz y no fui como tu padre, pero se que fui tu amigo. El tiempo nos dio unos días para saber que el uno y el otro existía, pero el destino nos puso una prueba, para saber si aquello de lo que muchos hablaron es una amistad verdadera.
Nunca había llorado como un niño, abrazando a un amigo, nunca me dolió tanto abrazar por “última vez” a un ser humano. Hoy recuerdo aquel fuerte abrazo, que me ha dejado un hueso dislocado, cada vez que respiro y me duele, recuerdo ese cariño que hasta hoy se mantiene. Estoy seguro que tendremos otro destinos, estoy seguro que nuestros caminos serán diferentes, estoy seguro que tal vez seamos pocos entre tanta gente, pero estoy seguro que esta vida me permitirá volver a verte.
Recuerdo todos los días nuestra despedida, entre abrazos, lágrimas y sonrisas. Hoy despierto todos los días, recordando aquellos “buenos días”. Es dificil regresar a la realidad y asumir que los días pasados no volverán mas.
Que la vida te depara prosperidad, eso no lo dudo, que nos volveremos a encontrar algún vez, espero con muchas ansias aquel gran día, tal vez y reventemos en llanto otra vez de alegrìa, tal vez y nos daremos un fuerte abrazo que me disloque un hueso otra vez.
Hoy solo se que se me alejó un gran amigo, y lo que no se es si volveré a verte mi estimado compañero. Solo que se que la pasé muy bien contigo y solo se que las cosas para ambos, son diferentes desde aquel jueves 04 de noviembre.
Leo todas las noches tu carta de despedida, aquella en la que me escribes que soy el hermano de tu alma, tu letra llena mi corazon de mucha calma, y tus palabras me mueven la costilla dislocada cerca al corazón. Gracias por tus palabras amigo, gracias por tu recuerdo para conmigo. En tu carta dices que llevo una parte de tu alma, y créeme que si es así , prometo algún día buscarte para volver a completarla.
Gracias una vez mas, porque tu también para mi lo eres, HERMANO DEL ALMA, tengo en este momento un dolor en el pecho, que no se sirá mi dislocado hueso, o el dolor de saber que estamos lejos. Se que estas alli, se que estarás allá, se que nos volveremos a encontrar. Hasta que ese día llegue, yo conservaré tu carta de despedida, y espero recibas hoy, mi carta de bienvenida, bienvenido a mi mundo, bienvenido a mi vida, gracias una vez mas hermano del alma y amigo de la vida.
Dedicado Luis Manuel Beltrán Vizcarra… Exitos en tu vida Luchito.
sábado, 13 de noviembre de 2010
domingo, 7 de noviembre de 2010
Grupo 9 Provincia…Una Experiencia BCP
“Todos dormirán en una misma habitación” - fueron las palabras del coordinador del grupo que entraba a capacitación. Doce personas en una misma habitación – pensé mientras mi cuerpo se escarapelaba imaginando en cómo sería eso posible.
Aquella primera noche mientras “arribamos” a la habitación los chicos de Arequipa y Tacna, con los que sumábamos doce, ya estaban instalados. El cuarto de estilo militar, me hacía pensar en que más que una capacitación, se trataría esta de una experiencia castrense.
Amaneció el primer día, y el desayuno se serviría a las 6:30 a.m.; Yo, acostumbrado a despertar en ese entonces al medio día, pensaba en la locura que significaba el que la docena de personas despertara al son de las diferentes alarmas marcando 5:30 a.m. en los diferentes celulares y de los jóvenes que habitábamos aquella castrense habitación.
Eran las 7:00 a.m. y nos encontrábamos en el bus, junto al grupo de mujeres, conformábamos un conjunto de 25 personas, una mezcla de 4 diferentes departamentos del país. Todos con el objeto de recibir una capacitación que duraría 30 días con sus noches. El silencio sepulcral del primer día entre las personas de diferentes localidades es lo que más recuerdo de aquella primera noche.
6:15 p.m.; la hora de salida había llegado, todos éramos felices, pues la “capa” del día (como llamábamos a la capacitación), había terminado. A hora y media de regreso al “cuartel”, nos esperaba la cena, que rigurosamente debería durar entre las 8:00 p.m. y 9:00 p.m. para luego pasar a nuestras habitaciones a repasar la “capa” del día y prepararnos para el examen del siguiente amanecer.
Por esa necesidad de interrelación y curiosidad humana, las preguntas de rigor saltaron: ¿Cómo te llamas?, ¿De dónde vienes?, ¿Quiénes vinieron contigo?, ¿Cuándo llegaste?, ¿Cuántas horas de distancia hay desde tu lugar de origen a aquí?, fueron algunas de las tantas preguntas que comenzaron a saltar y sonar en toda la habitación.
Los siguientes días, rutinarios hasta la saciedad, los mañaneros desayunos, los momentos de viaje en el bus, de ida y regreso que demoraban incansables 3 horas diarias, y la sacrosanta hora de cena, fueron los ideales y precisos momentos para comenzar a estrechar aquello que muchos llaman lazos de amistad.
Los días pasaban más rápido de lo que suponíamos, cuando menos lo esperábamos, ya estábamos de regreso al cuartel y teníamos que adoptar las medidas de disciplina implantadas por aquella organización. Todo un esquema de asuntos y reglas que nos “obligaban” a mantener líneas de comportamiento estandarizados.
La primera semana pasó, y aquel grupo de individuos que durante una primera noche no cruzaba ni una sola palabra, aquella noche de domingo, no paraba de reir y jugarse bromas entre todos y cada uno de los allí presentes.
El tiempo transcurrió y el día 30 llegó. El sólido grupo de individuos tenía que separarse; sin habernos dado cuenta, ese estado de convivencia las 25 horas del día, de exámenes, de amanecidas, de trabajos grupales, de bromas, de juegos, de discusiones y de ofuscaciones tenían que terminar, la “capa” había llegado a su fin y todos teníamos que partir.
La despedida fue una de las cosas más duras que me tocó vivir, no solo por el hecho de saber que las distancias que nos separaban, son casi irreconciliables con nuestra futura disponibilidad de tiempo. Y aunque si bien es cierto ahora tenemos las facilidades que ofrece la tecnología, si algo aprendí de esta convivencia es que una conversación por el computador nunca será tan igual como tener a la persona al frente. Jamás podremos tener o dar un “ciber” abrazo que nos haga sentir el cariño de aquellos seres a los que tomamos aprecio, jamás podremos sentir aquella conexión que nos hace seres humanos, esa calidez y calor corporal del abrazo de un amigo que nos hace sentir que la otra persona está viva, que está allí para ti y que está allí por ti.
Las despedidas son duras, pero son necesarias y parte de todo proceso, fue lo que me dijo uno de los seres que había conocido. El famoso cliché del “nada dura para siempre”, se cumplía una vez más y esta vez con un dolor que nunca había experimentado, tal vez por la particularidad y por la calidad y excelencia que conocí en todas y cada una de las personas que integraban el Grupo 9 de Provincia, que era como éramos conocidos y llamados.
La “capa”, terminó, entre abrazos y sollozos, lágrimas masculinas y lágrimas femeninas, lagrimas de humanos que quedan en el recuerdo y que corrieron con la esperanza y la promesa de algún día volvernos a encontrar aunque muchos seamos conscientes que tal vez esa, sería la última vez. Buen viaje de retorno y éxito para todos Grupo 9 de Provincia.
Aquella primera noche mientras “arribamos” a la habitación los chicos de Arequipa y Tacna, con los que sumábamos doce, ya estaban instalados. El cuarto de estilo militar, me hacía pensar en que más que una capacitación, se trataría esta de una experiencia castrense.
Amaneció el primer día, y el desayuno se serviría a las 6:30 a.m.; Yo, acostumbrado a despertar en ese entonces al medio día, pensaba en la locura que significaba el que la docena de personas despertara al son de las diferentes alarmas marcando 5:30 a.m. en los diferentes celulares y de los jóvenes que habitábamos aquella castrense habitación.
Eran las 7:00 a.m. y nos encontrábamos en el bus, junto al grupo de mujeres, conformábamos un conjunto de 25 personas, una mezcla de 4 diferentes departamentos del país. Todos con el objeto de recibir una capacitación que duraría 30 días con sus noches. El silencio sepulcral del primer día entre las personas de diferentes localidades es lo que más recuerdo de aquella primera noche.
6:15 p.m.; la hora de salida había llegado, todos éramos felices, pues la “capa” del día (como llamábamos a la capacitación), había terminado. A hora y media de regreso al “cuartel”, nos esperaba la cena, que rigurosamente debería durar entre las 8:00 p.m. y 9:00 p.m. para luego pasar a nuestras habitaciones a repasar la “capa” del día y prepararnos para el examen del siguiente amanecer.
Por esa necesidad de interrelación y curiosidad humana, las preguntas de rigor saltaron: ¿Cómo te llamas?, ¿De dónde vienes?, ¿Quiénes vinieron contigo?, ¿Cuándo llegaste?, ¿Cuántas horas de distancia hay desde tu lugar de origen a aquí?, fueron algunas de las tantas preguntas que comenzaron a saltar y sonar en toda la habitación.
Los siguientes días, rutinarios hasta la saciedad, los mañaneros desayunos, los momentos de viaje en el bus, de ida y regreso que demoraban incansables 3 horas diarias, y la sacrosanta hora de cena, fueron los ideales y precisos momentos para comenzar a estrechar aquello que muchos llaman lazos de amistad.
Los días pasaban más rápido de lo que suponíamos, cuando menos lo esperábamos, ya estábamos de regreso al cuartel y teníamos que adoptar las medidas de disciplina implantadas por aquella organización. Todo un esquema de asuntos y reglas que nos “obligaban” a mantener líneas de comportamiento estandarizados.
La primera semana pasó, y aquel grupo de individuos que durante una primera noche no cruzaba ni una sola palabra, aquella noche de domingo, no paraba de reir y jugarse bromas entre todos y cada uno de los allí presentes.
El tiempo transcurrió y el día 30 llegó. El sólido grupo de individuos tenía que separarse; sin habernos dado cuenta, ese estado de convivencia las 25 horas del día, de exámenes, de amanecidas, de trabajos grupales, de bromas, de juegos, de discusiones y de ofuscaciones tenían que terminar, la “capa” había llegado a su fin y todos teníamos que partir.
La despedida fue una de las cosas más duras que me tocó vivir, no solo por el hecho de saber que las distancias que nos separaban, son casi irreconciliables con nuestra futura disponibilidad de tiempo. Y aunque si bien es cierto ahora tenemos las facilidades que ofrece la tecnología, si algo aprendí de esta convivencia es que una conversación por el computador nunca será tan igual como tener a la persona al frente. Jamás podremos tener o dar un “ciber” abrazo que nos haga sentir el cariño de aquellos seres a los que tomamos aprecio, jamás podremos sentir aquella conexión que nos hace seres humanos, esa calidez y calor corporal del abrazo de un amigo que nos hace sentir que la otra persona está viva, que está allí para ti y que está allí por ti.
Las despedidas son duras, pero son necesarias y parte de todo proceso, fue lo que me dijo uno de los seres que había conocido. El famoso cliché del “nada dura para siempre”, se cumplía una vez más y esta vez con un dolor que nunca había experimentado, tal vez por la particularidad y por la calidad y excelencia que conocí en todas y cada una de las personas que integraban el Grupo 9 de Provincia, que era como éramos conocidos y llamados.
La “capa”, terminó, entre abrazos y sollozos, lágrimas masculinas y lágrimas femeninas, lagrimas de humanos que quedan en el recuerdo y que corrieron con la esperanza y la promesa de algún día volvernos a encontrar aunque muchos seamos conscientes que tal vez esa, sería la última vez. Buen viaje de retorno y éxito para todos Grupo 9 de Provincia.
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