domingo, 7 de noviembre de 2010

Grupo 9 Provincia…Una Experiencia BCP

“Todos dormirán en una misma habitación” - fueron las palabras del coordinador del grupo que entraba a capacitación. Doce personas en una misma habitación – pensé mientras mi cuerpo se escarapelaba imaginando en cómo sería eso posible.


Aquella primera noche mientras “arribamos” a la habitación los chicos de Arequipa y Tacna, con los que sumábamos doce, ya estaban instalados. El cuarto de estilo militar, me hacía pensar en que más que una capacitación, se trataría esta de una experiencia castrense.

Amaneció el primer día, y el desayuno se serviría a las 6:30 a.m.; Yo, acostumbrado a despertar en ese entonces al medio día, pensaba en la locura que significaba el que la docena de personas despertara al son de las diferentes alarmas marcando 5:30 a.m. en los diferentes celulares y de los jóvenes que habitábamos aquella castrense habitación.

Eran las 7:00 a.m. y nos encontrábamos en el bus, junto al grupo de mujeres, conformábamos un conjunto de 25 personas, una mezcla de 4 diferentes departamentos del país. Todos con el objeto de recibir una capacitación que duraría 30 días con sus noches. El silencio sepulcral del primer día entre las personas de diferentes localidades es lo que más recuerdo de aquella primera noche.

6:15 p.m.; la hora de salida había llegado, todos éramos felices, pues la “capa” del día (como llamábamos a la capacitación), había terminado. A hora y media de regreso al “cuartel”, nos esperaba la cena, que rigurosamente debería durar entre las 8:00 p.m. y 9:00 p.m. para luego pasar a nuestras habitaciones a repasar la “capa” del día y prepararnos para el examen del siguiente amanecer.

Por esa necesidad de interrelación y curiosidad humana, las preguntas de rigor saltaron: ¿Cómo te llamas?, ¿De dónde vienes?, ¿Quiénes vinieron contigo?, ¿Cuándo llegaste?, ¿Cuántas horas de distancia hay desde tu lugar de origen a aquí?, fueron algunas de las tantas preguntas que comenzaron a saltar y sonar en toda la habitación.

Los siguientes días, rutinarios hasta la saciedad, los mañaneros desayunos, los momentos de viaje en el bus, de ida y regreso que demoraban incansables 3 horas diarias, y la sacrosanta hora de cena, fueron los ideales y precisos momentos para comenzar a estrechar aquello que muchos llaman lazos de amistad.

Los días pasaban más rápido de lo que suponíamos, cuando menos lo esperábamos, ya estábamos de regreso al cuartel y teníamos que adoptar las medidas de disciplina implantadas por aquella organización. Todo un esquema de asuntos y reglas que nos “obligaban” a mantener líneas de comportamiento estandarizados.

La primera semana pasó, y aquel grupo de individuos que durante una primera noche no cruzaba ni una sola palabra, aquella noche de domingo, no paraba de reir y jugarse bromas entre todos y cada uno de los allí presentes.

El tiempo transcurrió y el día 30 llegó. El sólido grupo de individuos tenía que separarse; sin habernos dado cuenta, ese estado de convivencia las 25 horas del día, de exámenes, de amanecidas, de trabajos grupales, de bromas, de juegos, de discusiones y de ofuscaciones tenían que terminar, la “capa” había llegado a su fin y todos teníamos que partir.

La despedida fue una de las cosas más duras que me tocó vivir, no solo por el hecho de saber que las distancias que nos separaban, son casi irreconciliables con nuestra futura disponibilidad de tiempo. Y aunque si bien es cierto ahora tenemos las facilidades que ofrece la tecnología, si algo aprendí de esta convivencia es que una conversación por el computador nunca será tan igual como tener a la persona al frente. Jamás podremos tener o dar un “ciber” abrazo que nos haga sentir el cariño de aquellos seres a los que tomamos aprecio, jamás podremos sentir aquella conexión que nos hace seres humanos, esa calidez y calor corporal del abrazo de un amigo que nos hace sentir que la otra persona está viva, que está allí para ti y que está allí por ti.

Las despedidas son duras, pero son necesarias y parte de todo proceso, fue lo que me dijo uno de los seres que había conocido. El famoso cliché del “nada dura para siempre”, se cumplía una vez más y esta vez con un dolor que nunca había experimentado, tal vez por la particularidad y por la calidad y excelencia que conocí en todas y cada una de las personas que integraban el Grupo 9 de Provincia, que era como éramos conocidos y llamados.

La “capa”, terminó, entre abrazos y sollozos, lágrimas masculinas y lágrimas femeninas, lagrimas de humanos que quedan en el recuerdo y que corrieron con la esperanza y la promesa de algún día volvernos a encontrar aunque muchos seamos conscientes que tal vez esa, sería la última vez. Buen viaje de retorno y éxito para todos Grupo 9 de Provincia.

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