sábado, 16 de octubre de 2010

Historia de una noche en la capital…

Trataba de conciliar el sueño aquella noche, sueño esquivo a mi almohada durante estos días, mi cerebro decía que tenía que descansar, pero algo en mi decía que había que estar alerta, escuché de pronto, en la oscuridad de la noche, junto a mis compañeros de cuarto en estos tiempos de casi campamento en una ciudad en la que no habitamos, un estruendoso ruido, ruido que sonaba y parecía ser el de un monstruo, monstruo salido de esta nueva jungla en la que me encuentro.


Mi mente estalló en miles de pensamientos, no demoré en entrar en razón, la conciencia me dijo que ese pensamiento era absurdo, que era el pensamiento de un niño. Comencé a recordar entonces aquellos tiempos en los que dentro de nuestras mentes de chiquillos imaginábamos e idealizábamos las cosas de manera irreal, de manera tal que nos formábamos y vivíamos en un mundo lleno de fantasía y alegría. Alegría y fantasía que a medida que pasan los años, muchos desafortunados vamos perdiendo.

Me cuestioné también acerca del porqué de esta pérdida de ideas chiquillezcas, el porqué de nuestras fantasías destruidas y el porqué de nuestras alegrías derruidas. Tal vez la vida es así y parte del proceso en nuestro crecimiento es precisamente perder todo aquello con lo que nuestra mente nació para darle cabida a los pensamientos más “maduros” que hacen que nuestra vida se convierta en lo monótono y cotidiano de nuestros adultos días.

Regresó mi mente a la habitación y entré en razón, aquel ruido no era el monstruo en mi imaginación era mi compañero de habitación que lanzaba ronquidos a todo pulmón, felizmente mi imaginación no tuvo la razón. Pensé…

En qué momento perdemos la candidez de la niñez, en qué momento elegimos crecer, en qué momento debemos hacerlo, en qué momento debemos salir, en qué momento debemos seguir, en qué momento debemos surgir. Muchas preguntas atacaron mi cabeza aquella noche, cuestiones complejas que no obtuvieron respuestas. Cuándo estaremos listos, cómo debemos prepararnos, cómo sabemos qué queremos, cómo sabemos a dónde iremos.

En algún momento nuestra vida cambia, en algún momento nuestro destino se marca, en algún momento nuestro destino se decide, y sobre todo en algún momento decidimos y vivimos. Ayer nos encontrábamos allá y hoy nos encontramos acá, hoy estoy aquí en esta habitación, con compañeros de regiones en toda la nación, Arequipa me invitó una moneda, de chocolates “La Ibérica “y escribo desde una mini notebook de Tacna, pensar que hace poco lo hacía todo desde casa.

Increíble es ver como el tiempo pasa y nuestra vida avanza, como las amistades que antes compartíamos se van alejando con la añoranza de una mejor fortuna, aunque esto signifique para ellos una gran tortura, triste es despertar y recordar cómo aquella persona que quisiste alguna vez tal vez hoy ya no existe. Pero llena también de esperanza, ver cómo las pequeñas vidas de nuestros niños también avanzan.

Todas estas preguntas, nacidas de una idea vagabunda, todos estos pensamientos, aquella noche que permanecí despierto. Todos estos eventos en tan solo pequeños momentos. Todas estas alegrías y recuerdos llenos de sonrisas. Todas estas líneas en una solo noche desde la ciudad de Lima.

El tiempo pasa, las acciones quedan, la vida se acaba, y las personas no somos eternas, la vida nos llega, la vida nos premia, la vida nos castiga, la vida nos cobija, la vida nos maltrata, y también nos arrebata. La vida la queremos pero no la protegemos, la vida nos engríe pero tal vez no le sonríes.

Estos párrafos austeros, en una noche de primavera en Lima, con sabor a invierno, en una noche de desvelo, al lado de mis nuevos compañeros. Todos estos hechos productos de un solo evento. Sabemos cuántos comenzamos pero no sabemos cuántos terminamos. Gente joven, gente adulta, gente niña, gente vieja, gente al fin al cabo, gente con y sin reparos. El sol está por salir y ya me tengo que despedir, hasta la próxima semana, y espero reflexione este fin de semana.

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