Recuerdo que me lo presentaron un grupo de amigos en la universidad, no sin antes advertirme que tenga cuidado con aquel chiquillo de pómulos rosáceos y ojos claros, pues de acuerdo a la opinión de aquellos, ya conocían lo “terrible” que podía llegar a ser Francisco cuando se llegaba a enfadar.
Francisco era el típico chico de barrio, el rudo, el poco social, el fosforito, aquel que consideraba que su día perfecto era el día en que terminaba agarrándose a golpes con alguien o haciendo daño a los demás, su felicidad era la infelicidad del resto y nadie entendía cómo en tan pequeño ser podría caber tanta maldad, hasta que lo conocí. Francisco llamaba mi atención, no solo por el preámbulo acerca de él que me hicieran conocer sus allegados, sino también porque aparentemente y sin tratarlo, desde mi punto de vista, este chico de 19 años aparentaba ser todo lo contrario.
Francisco era renegón, y daba señales de no gustarle llevar una vida social al menos normal, salimos un día por un centro comercial y veía como aquel chiquillo bruto y tosco se “achicaba” ante la gente que veía a su alrededor. ¿Alguna vez has estado acá?-le pregunté-nunca Walter, es la primera vez-me respondió-mientras terminaba su argumento diciendo que no le gustaba mucho estar en lugares con demasiada gente alrededor suyo. Acompañé a Francisco a su casa pues se nos hizo tarde y el micro que siempre lo llevaba ya no circulaba, cuando bajamos del taxi, el chico rudo cambió por completo y se convirtió en la persona más silenciosa y apaciguada que he conocido hasta hoy. Fue entonces que sucedió, sus “amigos” comenzaron a lanzar gritos de burla como aquellos que estúpidamente lanzan muchas personas para señalar que alguien es homosexual o gay, “Allí viene la Francisco ”-decían en su barrio-y Francisco no hizo más que correr y dejarme parado en aquel lugar.
Regresé a casa e intentaba llamar a Francisco para decirle que no se preocupara, que todo estaba bien, que no tenía porqué sentirse mal por aquellos que en un acto de cobardía y torpeza mental intentaban burlarse de su sexualidad. Que si él era o no era lo que su barrio decía, era más valiente y de mayor consideración para mí alguien que admite con valentía su sexualidad y no un grupo de presuntos “varones” que en jauría no hacían más que sonar como lobas en celo pero que como individuos no eran capaces de gesticular más de diez palabras coherentes.
Francisco jamás respondió, y lo que escribo en el párrafo anterior, fue lo que le hice conocer por mensajes de texto. Pasaron semanas y el tema de moda era la nominación al Oscar de la película la Teta Asustada , aquella en cuyo argumento la protagonista nace con un susto heredado por su madre, quien fuera violada en épocas de terrorismo, y para evitar que le suceda lo mismo decide introducirse una papa en la vagina como medio de protección, pagando luego las consecuencias de tan nefasta decisión.
Era el domingo de la premiación y Francisco respondió al fin, salimos luego una tarde y conversamos de miles de cosas, menos de la última situación vivida en su barrio, le comenté que había visto la película y él me respondió que había hecho lo mismo, pero que prefería no hablar de eso. ¿Eso?-me preguntaba yo por dentro- pues “eso” de lo que Francisco no quería hablar era de lo que todo el mundo hablaba en ese momento. Francisco agachó la mirada y sus rosáceos pómulos al igual que su cara tomaron una tonalidad rojiza. ¿Qué pasa?-pregunté. Nada, solo que yo me identifico mucho con esa película-respondió. Fue cuando en tono burlesco, canallesco y desatinado, sin saber lo que conocería luego, le pregunté - ¿Acaso te has metido una papa en el trasero? – pregunté sonriendo – una papa no, pero sí bastante cinta adhesiva –me respondió, al mismo instante en el que aquel chico rudo, incapaz de sociabilizar y completamente peleonero comenzó a llorar. Mi mente se nubló por completo pues no entendí la respuesta y Francisco comenzó:
“Cuando era pequeño, me gustaba ir de visitar a mi tío porque tenía muchos animalitos, mis padres me dejaban con él y a mí me gustaba mucho su patio, y ver los animales que criaba. Una tarde mi tío y yo nos quedamos solos, y me fui a ver a sus conejos, me agaché a jugar con ellos y le dije a mi tío, que eran muy bonitos, el me preguntó si me gustaban y le dije que mucho, cuando dije eso, el se acercó por atrás de mí y me empezó a tocar, me bajó el pantalón y sentí un gran dolor entre mis piernas, mi tío me decía que no tenga miedo, que él me quería mucho y por eso hacía eso. Muchas veces mis padres me dejaron en su casa y desde ese fin de semana todos las oportunidades que se daban pasaba, a mi me dolía mucho, tanto que buscaba cinta adhesiva y me la pegaba en el trasero sin que se enteren mis padres pensando que así estaría todo bien pero nunca fue así, jamás dije nada en su momento, hasta hace poco, hasta hace poco que entendí que mi tío me violó Walter, mi tío me violó”
Fue la primera vez en mucho tiempo, que no supe que decir ni que hacer…
”. Solo atiné a abrazar a Francisco y decirle que no se preocupe que todo estaba bien, que ya todo había pasado. El chico rudo lloró y no podía hablar pues las lágrimas y todo el coraje y la impotencia dentro de él, silenciaban su garganta. Fue entonces que entendí por completo a Francisco, fue entonces que entendí porqué era tosco, porqué era rudo, porqué era antisocial, por qué era lo que era. Francisco continuó:
“Hace poco se lo conté a un amigo en mi barrio, era mi mejor amigo y decidí contárselo, al día siguiente ya todos sabían que me habían violado mucho tiempo y me comenzaron a fastidiar, yo tenía mucho miedo por salir de mi casa hasta que mi mamá se enteró y me preguntó porqué la gente decía que yo era así. Me senté y conversé con mi familia, no pude acusar mi tío, así que lo único que se me ocurrió fue decirles que yo era gay. Mi madre y mi padre lloraron y no me dijeron nada, desde ese día en casa nadie me dice nada, salgo a la calle en mi barrio y ya sabes cómo me tratan. Hace una semana no pude mas y le conté a mi mamá lo que su hermano había hecho, ella lloró y le contó a mi papá, viajamos los tres al norte y mi papá apenas vio a mi tío lo golpeó, le rompió la nariz, le reventó el labio y mi tío no hacía más que pedir perdón al mismo tiempo que mi madre me abrazaba llorando y suplicando que los perdone por tan grave error”.
Francisco terminó de contarme su desgarradora historia, era por eso que no se comunicó porque estaba tratando de arreglar sus asuntos. Gracias por escucharme Walter – me dijo. No tienes porqué agradecerme, al contrario, gracias a ti por confiarme algo tan delicado y personal - le respondí mientras veía que por primer vez en el corto tiempo que lo conocí, Francisco esbozó una sonrisa. Tienes dientes-le dije-¿A qué te refieres?- me respondió-A que es la primera vez que te veo sonreír pequeño gruñón - le dije mientras nos dábamos un apretón de manos y un abrazo en señal de amistad.
Le comenté a Francisco que algún día escribiría un libro, ¿Estaré yo en algún capítulo?-me preguntó sonriendo-Claro que si, si tu quieres-le respondí-¡Qué chévere!, Pero quiero que escribas lo que me pasó, para que muchos de los que pasen por lo mismo sepan que no son los únicos-me respondió.
Acompañé una vez más a Francisco a su casa, y la historia se repitió, los mismos ex amigos haciendo gala de su estupidez y atraso mental, burlándose de la peor manera posible, y es que hay personas que sin saber lo que ocurre detrás de cada quien, someten a muchos y muchas personas que con gran valentía asumen un rol sexual diferente al heterosexual. Personas que critican, personas que prejuzgan, personas que no toleran, gente que lanza piedras y que juzga a los demás por quien se acuesta en su cama y no por lo que son realmente. El caso de Francisco era muy distinto, pero aún así, me di cuenta de lo brutal, salvaje, animal y doloroso que puede ser para alguien las estúpidas burlas y silvestres frases de desprecio lanzadas en todos los estratos sociales hacia alguien que decide con valentía aceptar ser diferente.
No volví a ver a Francisco, marcaba su teléfono para preguntar cómo le había ido, pues había decidido comenzar una terapia psicológica. Pasaron dos meses y decidí ir a visitarlo, Bajé del taxi, y allí estaban sus ex amigos, me quedaron mirando y agachaban la mirada, pensé que al fin habían aprendido a respetar a los demás, llegué a su casa y abrió la puerta una señora de mejillas rosáceas y ojos tan claros como los de Francisco. Pregunté por él y la amable señora comenzó a llorar. Tú debes ser Walter-me dijo mientras me invitaba a pasar. Mi mente comenzó a pensar lo peor, la madre de Francisco pasó y me entregó una carta. En aquel papel, Francisco pedía disculpas por la decisión que había tomado, Francisco había decidido no acompañarnos más, la carta decía que yo fui su único amigo, y que si él se iba, sabía que yo llegaría tarde o temprano a su casa y preguntaría por él. Francisco escribió que él jamás buscó lo que sucedió, pero que no se sentía cómodo en su hogar, ni en su barrio, ni con sus ex amigos, escribió que no era feliz, y que después de mucho tiempo había logrado sonreír conmigo y se había percatado de lo triste que había sido su vida hasta ese momento. No olvides escribir acerca de mi, decía el penúltimo renglón, en el que terminaba una vez más pidiendo perdón. El corazón se me arrugó al ver mi nombre en aquella redacción, Francisco había escrito su carta de despedida con mi nombre como destinatario.
Hoy, que tengo la posibilidad de hacerlo, cumplo con mi promesa estimado amigo, se que desde donde estás ahora, estás más tranquilo, la carta que dejaste para mí, la tiene tu madre, me la pidió porque quería tener tu último escrito con ella, tu recuerdo lo tiene mi mente siempre presente y hoy que cumplo con mi promesa, se que estarás en la mente de muchos. Fue tu decisión adelantar tu viaje y la respeto aunque no la comparto, ya nos veremos luego estimado amigo… por el momento, descansa tranquilo.
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